Eleazar León (Caracas, 1946 - 2009): nació en la ciudad de Caracas. Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, y profesor de la Escuela de Letras. Perteneció al famoso Taller Calicanto, dirigió el Taller de Poesía de la Escuela de Letras y el del CELARG.

Entre los libros que publicó se encuentran: Precipicio de pájaros (1971), Por lo que tienes de ceniza (1975), Estación durable (1976), Cruce de caminos (1977), Palabras del actor en el café de la noche (1982), A la orilla de los días (1982), Reverencial (1991), Hechura de palabras (1992), Cuartetas (1993), Descampado (1999), Papeles para un adiós (2004) y Rubayyats (2009).

Cuenta José Jesús Villa que Eleazar se tomaba muy en serio la poesía, así como enseñarla. Porque era básicamente un maestro, uno genuino. Nació en 1946; por tanto, era un vástago de la II Guerra Mundial y de la Venezuela que nacía con Médina Angarita y López Contreras, la Venezuela post gomecista. Nació como un hombre del pueblo, en Caracas, y nunca pretendió ser nada más que eso, un hombre y un poeta del pueblo, y por supuesto, del mundo, porque su aliento era universal y universalista.

Ya no sé nunca de vivir

A veces alguien se me muere sin yo saber, sin
conocerlo, y ando buscándome su historia para
quedarme un rato, para irme y volver y luego estarme
con su ausencia, con su memoria, con su regreso.

Vienen así a rodearme muchedumbres perdidas, y
yo les digo por lo bajo, como también sin mundo: ya
no sé nunca de vivir, no tengo manos en la caricia,
váyanse y vuelvan comenzando el camino, digan de
nuevo el amanecer, desanuden los años, tal vez el
mar, la duermevela, el día, de seguro las cumbres, la
claridad.

Pero siguen mirándome y yo jamás, yo nunca, y de
sus voces me queda el tiempo, la distancia solícita
que viene a ver las despedidas, y ese susurro de larga
niebla de los cuerpos de sombra, la fiesta rota de la
vida, los cautiverios.

Créanme mucho que yo sigo sin nadie cuando
alguien sueña para siempre, se queda solo para
siempre, y así me doy con los sollozos de la viudez
del mundo porque un mortal ha muerto.


Poema de “Reverencial” que Eleazar dedicó al Chino Valera Mora.